Relato de Elena

Aquí os dejo el relato de una persona muy querida para mi.
El parto de Claudia
La asfixia es la primera y más desagradable de las sensaciones; una no puede respirar mientras su útero se retuerce, algo equiparable al potro de tortura en el instante en que al torturado le parten el cuerpo en dos. No tienes padre ni madre, tu pareja se esfuerza en apoyarte y la matarías de un guantazo; en definitiva, nadie te entiende, ni tu misma comprendes cómo has podido arriesgar tu vida de esta manera. ¡Nadie te obliga a tener un hijo!
Poca gente en este planeta puede decir que sus gritos de dolor han quedado amortiguados por el hilo musical de la sala de partos. Servidora, aunque me avergüence, sí. Mientras fueron gritos, ni me percaté de que sonaba música ambiental pero una vez que la epidural hizo su efecto, tuve la sensación de que me dirigía hacia la luz atravesando el túnel que lleva al otro lado.
Un parto sin dolor es a lo que debería aspirar cualquier mujer; y dice esto una que estaba más que dispuesta a sufrir lo que hiciera falta, que el curso de respiración me costó un congo y acabó por convencerme de que era capaz de sufrir lo indecible si conseguía respirar correctamente. Y resulta que el curso de preparación al parto queda en un lugar recóndito de la memoria mientras que la capacidad de autocontrol que anhelabas tener, brilla por su ausencia. El invento del siglo XX es la epidural. No cabe duda. Ninguna de las vacunas, ni el ordenador, ni siquiera el láser superan en importancia a la epidural. Aceptaría poner a la penicilina en el primer lugar de la lista, esforzándome mucho. A quién no lo haya probado seguramente le costará entenderme.
Soy una mujer que decidió traer a su primera hija al mundo sin siquiera plantearme lo dolorosas que podía llegar a resultar las contracciones. Tampoco me preocupé en informarme de si el costurón por desgarro vaginal podría llegar a tardar tres meses en dejar de doler. Ni me importó lo más mínimo que mis encías o mis huesos pudieran resentirse a causa del embarazo. Y mucho menos me ocupé de las estrías, aunque si me preocupé de prevenirlas a base de cremitas. Si que quise saber qué clase de dolor era el de parto, a qué podía compararse. Nadie fue capaz de responder porque esto del dolor es muy personal. Y mi persona debe provenir de un mundo inferior en el que esa clase de sufrimiento es inconcebible.
El colmo de la felicidad es asistir a la llegada de tu bebé pudiendo sonreír mientras empujas para colaborar. Sí, sí, doctor, lo que usted diga; y sigues empujando aunque ni lo notes. Resulta agradable trabajar en equipo, sin tensiones, sin dirigir maldiciones contra gente que sólo pretende ayudarte. El colmo del bienestar es poder coger a tu pareja de la mano y apretarla fuerte, con el convencimiento de que todo está saliendo bien. Y observar al médico mientras trabaja. Incluso me permití la licencia de hacerle una foto desde mi posición privilegiada. Es decir, tumbada tostándome al sol de la lámpara del techo. Y qué decir del instante sublime en que me entregan a mi hija envuelta en papel de aluminio, como un bocadillo recién salido del horno. Ahí fue cuando lloré de verdad. Lo increíble es que reconocí a Claudia sin haberla visto antes;  ella también me miró, y se llenó de consuelo. Y minutos después me la quitaron para limpiar su cuerpecito ensangrentado, y la torturaron eliminando fluidos de sus vías respiratorias a base de meterle tubitos por las orejas y a nariz. Y tu observas como te preparan a un ser vivo para que te lo lleves para siempre a tu casa, le alimentes, y le vistas y le cuides y nadie te ha explicado cómo debes hacerlo y tu sabes que lo harás, bien o mal  pero lo harás porque no te queda más remedio que hacerlo cuando has tomado la decisión de sentirte como una diosa permitiendo que crezca un ser vivo en tu vientre.
¡Qué vértigo! Y qué experiencia; ninguna otra en la vida se le puede comparar.
Sobre todo cuando ves entrar la cunita de metacrilato por la puerta de tu habitación de parturienta con un minúsculo animalillo dentro envuelto en sábanas de topitos verdes y piensas que necesita de ti para sobrevivir.
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