Testimonios
Apenas cumplia las 12 semanas cuando decidi buscar un fisio que me ayudara a tratar la cicatriz de la episotomía de mi primer parto y me enseñara el masaje perineal. Me aterraba tener que volver a pasar por ese trauma. Encontré a Ana que no sólo trató mi cicatriz física sino también la emocional. Gestionamos miedos. Me dio herramientas e información pero sobre todo, me dio sostén y seguridad aliñado con mucho cariño. Me dijo que yo podía parir sin más, sin aditivos y así fue. Recuerdo con emoción y mucho amor mi embarazo y sobre todo mi parto y Ana me ayudó a que fuera así.
El encuentro con el trabajo de suelo pélvico, + Expansión ha sido, como el de las cosas importantes en mi vida, casual. Yo tenía asumido que después de dos partos y de ningún acompañamiento en el postparto, mis “partes íntimas” estaban como estaban y no había nada que hacer. Una amiga me habló de un lugar especial, donde una mujer especial daba un curso de suelo pélvico. Nunca había oído hablar de ello y fui. Y sigo desde hace más de medio año. Estoy contenta de mi decisión. Mi cuerpo sigue siendo mi cuerpo, pero me he reencontrado con él, le he comprendido después de tantos años de no dedicarle la atención que se merece. El trabajo con suelo pélvico es un trabajo exigente y al mismo tiempo factible, un trabajo que hago durante una sesión semanal y al mismo tiempo lo puedo llevar a mi día a día. Siento que mis órganos internos están más sostenidos y que incluso mi respiración es más profunda. Un trabajo que puedo hacer a mi ritmo, con mis necesidades corporales atendidas y mis puntos fuertes desarrollados. Ahora soy consciente de mi postura y cuando vuelvo a los esquemas corporales antiguos, me doy cuenta y rectifico, puedo rectificar despacio, con cariño. Ahora me siento más presente, enraizada en la Tierra, con más poder para moverme por el mundo. Pues he redescubierto que mi cuerpo es lo que utilizo para desplazarme y el instrumento que necesito para obrar en el mundo, y quiero cuidarlo y atenderlo, y con estas posturas y consciencia corporal lo puedo hacer.
Ana Camarero, 53 años
Soy actriz y estuve de gira hasta los 7 meses de embarazo, felizmente mi estado era bueno y mi prominente barriga le daba al personaje, un aspecto formidable. Pero una vez cumplidos los 7 meses me di de baja y me dediqué exclusivamente a mi embarazo, a prepararme para el parto que deseaba tener. Un parto de baja intervención, natural, alegre, para resumir: un parto con dolor y sonrisas. Lo que yo no sabía hasta entonces era que podía contar con alguien más, además de mi marido, en el parto. Una matrona amiga, que nos ayudó a mi marido y a mí a prepararnos para el parto que he descrito me explicó lo que eran las doulas y cuando me notó interesada me recomendó a una de su entera confianza. Ana. Fue como un regalo para mí. Y sé que también para mi marido que desde que la contratamos se llenó de confianza, y sé que también es muy especial para mi hijo. Aquel que nació frente a sus ojos, pero sobre todo, y en esto me vuelvo posesiva, ha sido un regalo para mí. Para mi vida. Las sesiones que tuvimos los últimos dos meses de mi embarazo fueron mágicas y femeninas. Y la relación que surgió entonces perdura hoy, casi tres años después. Su trabajo durante el parto fue importante y múltiple. Me acompañó desde que confirmé que estaba con contracciones reales y me recordaba cada poco lo preparada que estaba para dar a luz, etc. Dio instrucciones en mi casa sobre qué alimentos me vendrían bien y a mi marido le ayudó a controlar las torpezas que su nerviosismo le hacía cometer (estaba muy gracioso, la verdad). En el hospital fue una leona. Si bien el personal sanitario fue receptivo y cuidadoso con mi plan de parto desde el principio, ella vigilaba que nadie se saltara nada o que me molestaran con protocolos innecesarios. Una leona jajajaja. Pasamos toda la noche en el hospital, fue un trabajo de parto largo y lento, y mientras mi marido se dormía en una butaca, agotado a más no poder, ella me daba la mano, apoyo, agua y chocolates a cada pedido mío. Que mi pareja descansara un poco fue fundamental porque el parto fue en la mañana y pudo acompañarme con fuerzas renovadas durante el expulsivo. Así estábamos: él sentado fuera de la bañera, yo dentro (pero recostada de él) y Ana dando vueltas alrededor. Susurrándome frases que me inyectaban de seguridad en cada momento. Manejaba las luces y el equipo de música a su antojo y con total acierto. Colocaba las canciones que yo había elegido semanas antes creando una atmósfera ideal. Y si la matrona de turno decía algo que ella creía le faltaba concreción, me lo traducía con palabras fantásticas, salidas de ese mundo tribal y femenino que se crea en un momento tan mágico como el del parto. Y así nació Guillermo. Bajo las atentas miradas de su padre, el personal sanitario y mi adorada Ana, que lo amó desde el primer segundo de vida, tanto como yo. Fue ella quien cortó nuestro cordón umbilical físico (el otro es eterno e irrompible), asegurándose que había dejado de latir y con gran dominio. Nuestras vidas han seguido unidas gracias al acompañamiento que hizo de la lactancia y de los siguientes desayunos que seguimos organizando de vez en cuando y con cualquier excusa. Y por último, y no menos importante, porque Ana es fisioterapeuta especialista en suelo pélvico y ha sido gracias a sus conocimientos que recuperé y fortalecí esta parte tan importante de la fisiología femenina. En sus grupos de trabajo he sido muy feliz. He reído hasta las lágrimas y he aprendido mucho. Generalmente voy a clases con mi hijo y el entorno maternal, cómplice y femenino que se genera en sus clases son un momento inigualable de la semana. Será por eso que ninguna quiere abandonar sus clases jajajajaja Gracias, Cris, por traer a Ana a mi vida. Gracias, Ana, por ser una parte importante de mi vida como madre.
N. 39 años
Ana Escudo te trata desde el conocimiento profundo del suelo pélvico y la fisiología natural de la mujer. Teniendo en cuenta que todas somos diferentes, con nuestros miedos, deseos y proyectos vitales. Aporta confianza en una misma y poder de superación.
Beatriz, 28 años
Soy Susana, una mujer de 58 años, con un problema que comparto con muchas otras mujeres, debilitamiento del suelo pélvico con prolapso de la vejiga visible. Tengo dos hijos y en los dos partos me practicaron la episiotomía. Hace tres años aproximadamente me di cuenta que por la vagina asomaba, de vez en cuando, una bola que muchas veces me tenía que meter yo hacia dentro. Esta situación, a parte del susto inicial ya que pensé que podría ser un prolapso de útero, me resultaba incómoda, sobre todo si estaba muchas horas de pie o andando y, por supuesto preocupante e inquietante. Después de un año de espera en la Seguridad Social me vio un ginecólogo especialista en suelo pélvico, que me diagnosticó prolapso de vejiga avanzado e inicio de prolapso de útero y recto. Me dio una tabla con los famosos ejercicios de Kegel y también me dijo que me pusiera todos los días unas bolas chinas para fortalecer el suelo pélvico, y que me vería dentro de seis meses para ver como estaba. De todas formas, me dio a entender que la única solución era la operación. A los seis meses seguía igual y me propuso que me operara. La operación consistía en ponerme una malla que sujetara la vejiga y quitarme el útero y ovarios, ya que – según palabras textuales de él – estos órganos ya no me sirven para nada y que, incluso, lo único que me pueden traer son problemas futuros por posibles tumores (nunca he tenido quistes, ni tumores). Eso sí, me avisaba de la probabilidad alta, después de ser operada, de sufrir de incontinencia urinaria, que tendría que aprender a convivir con ella. Al final, sintiéndome en esa posición que nos colocan los médicos, en la que ellos son los que tienen todo el conocimiento y, tu eres un mero paciente (agente pasivo) que no sabe nada, sin ver otra opción que lo tomas o lo dejas, decidí que me operaría. Pero, la verdad es que me desagradó bastante la frase de que mi útero y mis ovarios ya no servían para nada, y no me hacía ninguna gracia que me los quitaran estando sanos, y porque son míos. Una vez más, me sonó a ese concepto que tienen la mayoría de los médicos de que el cuerpo humano es como una máquina, que cuando se estropea una pieza hay que reemplazarla o tirarla sin más. Pero yo no me siento como una máquina, soy una persona y, cada parte de mi cuerpo está integrada en una totalidad que es mi ser, que también puede sentir, pensar, sufrir o reír. A quince días de la operación, cada vez menos convencida de operarme pero atrapada por el sistema, una amiga me comentó que por qué no probaba tratarme con Ana, una fisio de suelo pélvico que ella conocía y aplazaba de momento la operación, y así lo hice. Ana me dio enseguida una cita para hacer una valoración de mi situación. En esta primera cita mi hizo una exploración y me explicó muy detalladamente que mi prolapso de vejiga no se podía corregir con los ejercicios, porque los ligamentos que la sujetan estaban ya muy distendidos, pero que, aún así, me operara o no, era necesario fortalecer los músculos del suelo pélvico para evitar la caída de útero y recto. Además me explicó qué hábitos posturales y ejercicios deben evitarse para no seguir perjudicando a estos músculos. Llevo un año disfrutando de la compañía de Ana y sólo puedo expresar cosas positivas de ella como persona y como fisio y del método que utiliza. La diferencia está clara, he pasado de ser paciente, alguien pasiva sometida al conocimiento totalitario, a tener un papel activo en mi proceso de rehabilitación, con una persona que no sólo me enseña, sino que me acompaña en este proceso. Si, digo que me acompaña porque hay una interactuación entre las dos, yo soy una parte activa en mi rehabilitación. Ella escucha, te observa y te va conociendo cada vez mejor, adaptándote los ejercicios a tu personalidad y todo ello con gran cariño y dulzura. Además, te ayuda a conocer tu cuerpo cada vez mejor, a despertarte, a tener conciencia de los errores cometidos durante tu historia que te han llevado a esta situación y a corregirlos, pero siempre recordándote amablemente, que es fundamental que te trates a ti misma con cariño. Este conocimiento cada vez más profundo de mí, no se queda sólo para el momento de la clase, cuando hacemos los ejercicios, sino, que además, me está ayudando a tomar conciencia en mi vida diaria a adquirir posturas más sanas que no me perjudiquen, y voy más lejos, estos cambios en mi cuerpo se están viendo acompañados de cambios en mi mente más saludables, de mayor seguridad en mi. Después de un año de tratamiento considero que estoy mejor, incluso el prolapso de vejiga, que en principio no tiene solución, ha mejorado, y aunque está ahí, me molesta de forma más espaciada. Creo que con Ana estoy en un proceso de crecimiento y evolución personal, tanto a nivel corporal como mental. Gracias Ana por acompañarme.
Susana, 58 años
Conocer a Ana Escudo ha sido, sin duda, un regalo para mi y para mi hijo. Compañera en la profesión de doula, en el camino de ser mujer, en el transitar por maternidades ajenas como si fueran propias, en el avanzar consciente por la vida desde la familia… Para después ser parte fundamental en la gestación y la llegada de mi pequeño Luca, así como en la recuperación de mi agradecido cuerpo, aunque maltrecho, tras un parto feliz pero intenso… No tengo más que palabras de agradecimiento, a la vida por ponerme a Ana en el camino, y a ella por regalarme maravillas… Yo no sería yo si ella no hubiera pasado por mi… Y se que ha llegado para quedarse… Gracias Ana!!!