Sólo tenía que encontrar a una mujer generosa

Siempre tuve adoración por
las embarazadas pero crecí sin plantearme que podría hacer de ese sentimiento
mi trabajo.
Cuando llegó la Fisioterapia
a mi vida, me planteaba trabajar con ancianos y niños pero cuando tuve mi
primera clase sobre parto, y la tuve con una comadrona maravillosa y
apasionada, me di cuenta de que podría ser mi trabajo ¿Que puedo trabajar con
embarazadas? Fue como un torbellino de sensaciones y la certeza de que empezaba
mi camino.
A partir de allí no hice
otra cosa que formarme en obstetricia y uroginecología.
No sé decir cuando llegó a
mis oídos la palabra “doula” pero llegó llena de cosquilleo y curiosidad.
Con la doula, una mujer (que
no tiene por qué tener formación sanitaria) que acompaña emocionalmente a otra
mujer en su camino hacia la maternidad, vinieron lógicas implacables sobre la
mujer y el proceso de parir y desaprendí mucho de lo que había aprendido con mi
carrera de sanitaria.
Y de repente era doula. ¡Ja!
Sí, hombre ¿que soy doula? ¿Porque lo dice un papel? Ni hablar. Según Michel
Odent, la doula se hace al acompañar. ¿Y dónde encuentro a una mujer para
acompañar? ¿Cómo le ofrezco mis servicios?
De repente, empiezan a salir
acompañamientos. No sabes de dónde pero las mujeres van surgiendo. En mi caso,
eran acompañamientos de embarazo o posparto pero el tan esperado parto no
llegaba.
Mientras, me seguía formando
por toda España y trabajando en lo que me gustaba. Todo avanzaba tímidamente, a
su ritmo aunque me parecía que iba fuera del compás ¿Dónde estaba mi tan
esperado primer acompañamiento de parto? Y a la vez pensaba ¡Esto es de locos!
¿Qué mujer permitiría que le acompañase en su parto una doula poco
experimentada? Yo necesitaría a una mujer muy generosa.
Venga doulita, sigue
pa’adelante que todo llegará…
Cuando decidí bailar al
compás de esa música tan misteriosa que me hacía dar vueltas y vueltas y nunca
llegar, una matrona muy querida me dice que está dando clases de preparación al
parto a una mujer que quiere una doula y que cree que podríamos congeniar.
La relación doula-“doulanda”
–  en España se suele llamar “douleada” a
la mujer acompañada por una doula pero a mí me gusta llamarlas como en
portugués porque me resulta más cariñoso – como decía, la relación entre doula
y “doulanda” es una relación de piel. Eso mismo, si no hay feeling por las dos
partes (principalmente por parte de la embarazada) no hay acompañamiento.
Cris, la matrona, me
describía a una mujer maravillosa, actriz, cantante, alegre, que a sus 39 años
decidió tener a su primer hijo.
Voy a su casa y me abre la
puerta una sonrisa pegada a una mujer embarazada de 36 semanas. ¡Vaya flechazo!
Hablamos, me hace preguntas
de cómo funciona un acompañamiento así.
Al final, me dice que me
quiere como doula y que me contratan para la dilatación en casa ya que van a un
hospital donde la presencia de la doula no está contemplada.
Bueno, no iba a parto pero
estaba encantada de una vez más ser elegida para acompañar a una mujer en busca
de su parto respetado. Quedamos en empezar el acompañamiento en la semana 38.
Cris y yo les invitamos a que
fuesen a conocer a otros hospitales para tener más opciones.
En un acompañamiento como
este se crea un vínculo entre la doula y la familia, principalmente entre la
doula y la mujer. Al fin y al cabo vas a estar en uno de los momentos más
íntimos de la vida de una mujer: el parto.
La podrás ver llorar, sonreír.
Podrá compartir miedos que no había compartido antes. La verás desnuda,
abriéndose al mundo para la llegada de su hijo. Así que menos mal que el
feeling es algo que ocurre en segundos porque estábamos a apenas dos semanas de
su fecha probable de parto (fpp) y la tenía que conocer bien, debería de ser
una persona de confianza para ella y no una desconocida más en el día de su parto.
En nuestro primer desayuno juntas, a sus 38 semanas de embarazo, parecíamos dos
amigas de toda la vida. Compartimos sonrisas y nuestras historias.
En la semana siguiente
volvimos a desayunar. Al final, después de dos horas me dice “Entonces, ¿Te
vienes a pedir el cambio?” ¿Qué cambio? Digo yo.
“Verás, hemos ido a visitar
a los hospitales que nos comentasteis y nos hemos decidido por uno de ellos. De
entre todos los que habíamos visto éste es el que más nos convence en el tema
respeto hacia nuestras necesidades. Además, aceptan doulas, así que…”
No me acuerdo si fregada o
recogía la mesa, sólo me acuerdo de su voz y sus palabras ¿así que voy a parto?
¡Así que vas a parto, sí!
Allá fuimos a pedir el
traslado. Tenía a aquella mujer delante de mí, que estaba inmensamente llena de
vida, cogiendo las riendas de su parto y luchando por lo que ella creía mejor
para ella y para su familia.
Nos sentíamos dos fuera de
la ley, dando largas a un sistema tan protocolario como es el del parto en gran
parte de los hospitales a día de hoy. Dos rebeldes con una muy buena causa.
La FPP era el 11 de octubre. Ella sentía
que sería el 10.
El 9 por la noche hablamos por whatsapp
y me dijo que le dolía el pubis pero que creía que era por la actividad del
día. Había caminado mucho, de paseo con su madre. Esa fue la última información
que tuve hasta las 6 de la mañana del día siguiente cuando me llama su
compañero para pedirme que fuese a verla que tenía contracciones desde las 2 de
la madrugada.
De mi casa a la suya
atenta al tráfico, mi mente iba y venía.
Salta el manos libres, cojo la llamada, digo que
ahora no puedo hablar. Voy de camino a un parto. Vuelvo a mis pensamientos,
todo a mi alrededor va en cámara lenta y mi mente, un torbellino.
Llego a la casa, me abren la puerta y mi mente
se calla, todo se encaja dentro de mí. Todo coge su sitio y soy toda silencio.
Todo es nuevo y a la
vez familiar, como si lo hubiese hecho una y otra vez.
En la casa todo era demasiado cotidiano. Había
mucho ruido alrededor de aquella mujer, mucha actividad y poco silencio.
Ella estaba en su habitación
con luz tenue y ojos cerrados pero sentía que ahí todavía no había parto. Estuvimos
algunas horas juntas y quisieron irse al hospital. Efectivamente no «estábamos»
de parto. Volvimos cada uno a su casa. Ella intentaría dormir un poco.

Me duché pero no podía dormir. Estuve
pululando por la casa, organizando mi agenda
para cancelar pacientes y «haciendo vida normal» como me recomendó
una amiga.
Creo que habían pasado como cuatro horas
desde que salimos del hospital, no lo sé, no estoy muy segura porque mi noción del tiempo empezaba a cambiar.
Cuando volví a la casa, y a medida que
iba pasando por las distintas estancias, podía sentir como todo había cambiado.
Había silencio, apenas un disco de sonidos de la naturaleza de fondo… no era
la misma casa de antes.
Al entrar en la habitación había una
mujer en una pelota, moviéndose con los ojos cerrados a luz de velas y un
hombre apuntando los tiempos de las contracciones. En ese momento confirmé lo
que sentí nada más entrar: que no me iría tan pronto…
Hemos estado en su casa unas cuatro
horas hasta volver a ir al hospital, en esas horas pasaron muchas cosas que me
guardo para mí como forma de
entender lo que necesita y no necesita una mujer de parto y cómo lidiar con situaciones muy
delicadas consecuencia de las relaciones de pareja. Teníamos a una mujer metida
en su proceso de parir y un papá, por un lado muy racional y nervioso pero por
el otro un hombre muy enamorado intentando dejarse llevar por esa mujer que nos
había hechizado a todos con su fuerza y belleza.
Llegado un determinado momento, ella nos
pide estar sola. Bajamos a cenar y estuvimos casi una hora abajo, charlando y
riendo. En ese momento era la doula del papá y de la abuela. Era muy importante
que él se relajase y a cada sonrisa que soltaba me alegraba por todos.
Hago un paréntesis por su madre. Todos
sabemos que cuantos más familiares en un parto más complicado puede ser pero quiero
darle las gracias a esa madre que me ha dado una lección de humildad,
aceptación y silencio. Entendió con profunda sabiduría por qué estar lejos de
aquella habitación le vendría bien a su hija, sin cobranzas ni reproches. Tal
vez ella pueda pensar que no tuvo un papel en esta historia pero aportó un
profundo amor a todos nosotros y era todo lo que se necesitaba en aquél
momento. Gracias.
Los gemidos se volvieron más fuertes y
subimos. Ella estaba tumbada en la cama, con los ojos cerrados y su expresión
era cada vez más distinta. Me preguntó un par de cosas y le vino una
contracción muy potente abriendo los ojos de una forma muy intensa. Sin
mirarnos a nosotros sino hacia dentro de su proceso nos dice: «este niño
quiere nacer, nos vamos al hospital”.
Al verla cogiendo las riendas de su
parto y ponernos a todos en
nuestros sitios sentí que empezaba una nueva fase y así fue.
Yo no podía interferir en la decisión de
los médicos ni de la pareja, no es mi papel,
pero confieso que ¡fui al hospital con ojos de lince!
Cuando llegamos a la habitación, ella se
fue a la ducha y yo me puse con el «reconocimiento de campo». Había
una camilla que hacía de todo, un arco, la bañera, un sillón muy cómodo y de
iluminación teníamos sólo dos lámparas que daban una luz muy tenue. Aun así apagamos
una y así nos quedamos hasta el amanecer, con dos velas y una lámpara.
La matrona, Pilar, una persona amable
que hablaba siempre bajito, intentaba siempre dirigirse al papá y a mí para no
sacarle a ella de su proceso.
Una vez más vuelvo a decir que en esa
noche pasaron muchas cosas que me las guardaré para toda la vida y que no las
comparto. Este es un relato largo pero aun así pasado muy por encima. El relato
completo me lo quedo yo 🙂
Ha sido un proceso duro. Estábamos todos
esperando por ella y por su bebé. Una mujer que no ha pedido epidural ni una
sola vez y ha tenido mucha paciencia y perseverancia. Me rendía a sus pies
viendo su dolor, su coraje, su valentía. Ella estaba convencida de que todo
saldría bien, de que ese era el proceso para llegar hasta su hijo.
Me dice que parir duele mucho. Puedo
decir que fui testigo en muchos momentos de su dolor pero no estoy segura de
haber visto solo eso. Sus gemidos me recordaban el clímax de una relación
sexual, puro gozo y belleza.
Si os soy sincera, aquí ya no sé de
tiempos ni de la secuencia de los acontecimientos porque para llegar al parto hemos avanzado y retrocedido muchas
veces por distintos motivos. Parecía un eterno recomenzar.
Durante todo el proceso ella dormía
entre contracción y contracción y eso le ahorró mucha energía para que así
pudiese ser la leona que fue. Él, con el tiempo, se fue relajando y también
dormía a ratos. Verle durmiendo me aliviaba mucho porque ella le necesitaría en
el postparto “fresco” más que nunca. Estos ratitos que estaban durmiendo los
dos, que no entraba nadie, que no se escuchaba nadie fuera daban una sensación
de paz muy grande. Me tumbé en el suelo, no me quería perder nada. Luego venía
la ola de contracción, luego el sueño, luego otra ola…
Llegados los 7-8cm de dilatación algo
ocurría que no avanzaba. La bolsa no se rompía del todo, tenía apenas una
fisura que goteaba poco a poco, el bebé seguía alto nadando en aquel inmenso
mar de fuertes olas. Me acordaba de tantas historias de rotura de bolsa
prematura para acelerar el parto y ahí estábamos nosotros después de horas en
el hospital, con la bolsa íntegra y respetada.
Mientras el paritorio se vaciaba,
nosotros seguíamos nuestra caminada, la caminada de ella hacia su bebé.
A las 9:20 hubo cambio de guardia. Nos
despedidos de Pilar y de repente todo cambió. Mucho flujo de personas, muchos
olores diferentes y ruidos. De pronto ya no había una sala caliente y sí aire
acondicionado.
Los paritorios empezaban a llenarse y nos
dice la matrona que si el parto no avanza pensarían en “otras opciones”. Eso
nos encendió las alarmas. Hasta entonces todo iba bien, despacio pero bien.
Más tarde, la mamá entró en la bañera;
creo que estuvo una hora dentro y la matrona empezaba a mirar el reloj. Desde
que entró en la bañera yo estaba atenta por si tuviesen que «pensar en
otras opciones» como había dicho al principio. Su tono de amenaza nos
había causado desconfianza.
Aquella mujer estaba tan linda en la
bañera que en mis pensamientos sólo pedía que no le hiciesen nada innecesario.
La bañera fue un momento sólo de la pareja.
Finalmente había un marido relajado, un estupendo «doulo». Yo sólo estuve
pendiente de las tijeras que la auxiliar acababa de poner encima de la mesa.
Súbitamente dice ella: «¡aaah,
siento su cabeza!» y pensé «wooww¿¿cabeza??” y de repente lo que
durante 9 meses fue una barriga empieza a asomar como siendo unos pelitos. No
puedo expresar lo que sentí. ¡¡Es una persona lo que viene por ahí!! ¡Una
persona! Un poco más y sale la cabeza, un inmenso cabezón de bebé, con unos
mofletes alucinaaantes.
Esto realmente está ocurriendo pensaba
yo, tantas horas de dilatación y así, de repente, ¿naces?
La matrona le pide un último empujón y
de repente hay un bebé precioso en la sala que va directo a los brazos de su
madre ¡Aaaaah diiiooos! No me cansaría de volver a ver ese momento. Ese
bizcochito recién salido del horno ¿a qué huele el vérnix? Para mi olía
picantón, fuerte y suave a la vez.
Mamá y bebé juntos dándose la bienvenida
mutuamente. Qué subidón, qué chute de oxitocina.
Esperaron a que el cordón dejase de latir
para cortarlo. Todavía siento su latir entre mis dedos.
Me llevé una sorpresa cuando la matrona
le ofreció la tijera al papá para que cortase el cordón y él prefirió no
hacerlo (tenía un problemilla con la sangre je, je) y cuando me doy cuenta me
ofrece la tijera a mí. Lo corté yo. Ah, ¡cuánto llorar y cuánto sonreír!
Gracias bella y generosa mujer por
permitirme estar.
No sé, ahora que releo esto no se parece
ni de lejos a las sensaciones y la intensidad de todo lo que vivimos. Escribí
taaanto y dije tan poco!!!
Esto es un sueño hecho realidad. Deseo
recordar los ojos de aquella mujer metidos en el proceso de parir para el resto
de mi vida. Sus lágrimas,
sus sonrisas, sus gemidos alucinantemente envolventes.
Ella sabía exactamente todo lo que tenía
que hacer y lo que no le gustaba.
Hoy publico esto, guardado desde hace
tiempo, para celebrar el cumple de ese niño que nos brinda cada día con su
sonrisa y su alegría y que me concedió el privilegio de verle nacer con respeto
y amor.

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